30 oct 2016

Pastor, fresno y noble señor

Estamos a finales de Noviembre de 1556.
Un séquito de caminantes que portan atuendos distinguidos, unas 50 personas, ha revolucionado nuestro pequeño pueblo cercano al paraje de Peña Lobos.
Llegaron anoche con claros síntomas de fatiga. Los vi llegar bajando por el lugar Chatarrallas, encontrándome yo en el arroyo de D. Pedro recogiendo el ganado, pues ya estaban cayendo las luces.
Quedé al resguardo del fresno donde almuerzo todas las mañanas, observando desde mi atalaya la comitiva que pasaba cercana unos tres metros por debajo de mi puesto.
Destaca entre la comitiva un arcón, que se denota convertido de forma artesanal en rústico palanquín, bien arropado por personajes que se auguran familiarizados con las guerras, por su porte y los brillos de las armas que dejan entrever sus túnicas.
Dentro del arcón, aprendiz de palanquín, se intuye un personaje que, por el cuidado en el manejo del artilugio portado en parihuelas, debe ser un noble importante.
Me acerco por la curiosidad que siempre despiertan las pocas novedades en estos alejados poblados de la sierra y se escuchan leves quejidos saliendo del interior del arcón. Sin duda es alguien endurecido por la vida y sus avatares que tiene fuertes dolores, pues se aprecia como reprime el grito cerrando puños y mordiendo los labios. Desde mi posición y con la complicidad de los últimos rayos de Sol, descubro una faz enjuta con una boca desdentada y una expresión clara de alguien que le invade la enfermedad. Tiene una expresión triste. 
Ante la dificultad de un obstáculo en el camino, acomodan en un canchal al borde del camino el palanquín, que está abierto en la mitad de su longitud, disponiendo de una sencilla cúpula de madera en la parte cubierta, entiendo para proteger al porteado.
Encontrábame observando el rostro triste del noble señor, cuando abre levemente los ojos y se cruzan sin poder evitarlo con los míos.
Fue un instante en el que me pareció me suplicaba un lugar de descanso.

Años después, cuando fuí a llevar hasta Las Majadillas cerca de Puente Nuevo un pedido de carne, me contó Teodoro el marido de la Juana que el personaje que ví era un emperador muy importante de España y de otros países extranjeros, que decidió venir a morir a nuestra tierra desde Flandes.

El camino que siguió Carlos V desde Tornavacas a Jarandilla de unos 28 kilómetros de longitud fue la penúltima etapa de su viaje al Monasterio de Yuste. Revive la Ruta de Tornavacas a Yuste.